extraído del Blog Argentina Vórtice Geopolítico Mundial.
http://argentinavorticegeopoliticomundial.blogspot.com.br/2014/10/por-que-hay-tantos-ninos-ricos-de.html?utm_source=twitterfeed&utm_medium=facebook
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Por
Agustín Laje (*)
Toda una
curiosidad constituye el hecho –de ninguna manera nuevo– de la inclinación o
adhesión a la izquierda por parte de jóvenes provenientes de familias
acomodadas o, por lo menos, de buen pasar económico. Por lo general, se trata
de estudiantes universitarios mantenidos por sus padres, que encuentran en la
prédica izquierdista un sentido de justicia que los desvela por completo,
llevándolos a una colisión permanente entre dichos y hechos.
El fenómeno
descrito tiene una complejidad mucho más profunda de la que en este artículo,
necesariamente breve, puedo desarrollar como respuesta parcial: sentimientos de
culpa por lo que se tiene, odio al padre (como explicaba Pablo Giussani en
relación a los jóvenes montoneros), simples impulsos de rebeldía, modas
ideológicas (como aseveraba Ludwig von Mises en El Socialismo), etc.,
podrían ser componentes que expliquen también esta adhesión del joven adinerado
a la izquierda. No obstante todo ello, en la teoría que deseo aquí presentar
quisiera poner el foco en los sistemas de moralidad que acompañan al joven
mantenido en su camino hacia el socialismo.
En primer
lugar, debe decirse que los principios de justicia socialista basados en la
necesidad (“de cada uno según su capacidad a cada uno según su necesidad” decía
Marx), resultan apropiados para regir órdenes sociales micro, tales como la
familia o el grupo de amigos en las sociedades modernas. En efecto, hace
justicia la madre que da a sus hijos según sus necesidades y urgencias, y no
según otros criterios como podría ser el mérito. ¿Acaso consideraríamos justo
que el padre de familia evalúe el mérito de sus hijos, por ejemplo, en la
escuela, a la hora de decidir si suministrarles o no alimento?
Ahora
bien, si intentáramos aplicar hasta las últimas consecuencias el principio de
la necesidad como criterio de justicia en un orden extenso, sólo una situación
de incompleta injusticia e ineficiencia podría derivarse de tal cosa. El
legítimo altruismo familiar devendría en ilegítimo saqueo social por parte de
una autoridad planificadora que acabaría a la postre con toda libertad
individual y hundiría a la sociedad en el hambre y la miseria (el genocidio
soviético y el genocidio maoísta son sólo dos ejemplos históricos de lo dicho).
Así pues,
debe remarcarse que el ideal socialista de justicia es sólo aplicable a grupos
reducidos por una sencilla razón: los lazos sociales que unen a los miembros de
estos grupos son tan fuertes, que permiten el altruismo como un modo de comportamiento
moral habitual y estructurante. En órdenes extensos, donde no conocemos
realmente al otro y donde el otro no nos conoce a nosotros, este tipo de
moralidad no puede más que manifestarse esporádicamente y es incapaz, tal como
ha demostrado Hayek en La fatal arrogancia, de sostener cualquier
sociedad abierta y compleja.
¿Qué
ocurre entonces con esos jóvenes universitarios adinerados que encuentran en la
izquierda una ideología a la cual adherir?
Pienso
que su propia experiencia de vida los lleva a extrapolar la moralidad que es
propia del orden reducido al orden extenso. En efecto, el joven universitario
adinerado suele ser un gran acreedor de la moralidad socialista que rige al
grupo familiar, el cual costea desde sus estudios hasta su vivienda; desde su
vestimenta hasta sus entretenimientos y ocios; desde sus vacaciones hasta su
automóvil propio. De tal suerte que, de forma inconsciente, el joven ha
aprendido a vivir mediante el esfuerzo de otros (sus progenitores), y ve que su
vida es buena, y quiere lo mismo para los demás. Puede tratarse de un buen
y sincero sentimiento, pero completamente errado en tanto que descuida
algo fundamental: que sus padres jamás hubieran mantenido de la misma forma y
en la misma medida a un completo desconocido que integre el orden extenso en el
cual el grupo familiar se asienta.
En otras
palabras, el joven que vive de la redistribución de la riqueza que efectúan sus
padres en su favor, ha aprendido de forma inconsciente a concebir la economía
como una torta dada que debe ser repartida, cuando lo cierto es que en la
economía la torta no está ni dada (debe producirse) ni puede ser repartida por
una figura paternalista sin que ello ponga en peligro los propios incentivos
que llevaron a crear dicha torta.
El joven
adinerado se hace de izquierda, en definitiva, porque confunde dos planos
morales completamente distintos que rigen dos órdenes sociales completamente
diferentes. Su vida ha sido tan fácil y cómoda en virtud de su pertenencia a
una familia de holgura económica, que pretende hacer de la sociedad un reflejo
de su familia y del Estado un reflejo de su propio padre. La necesidad y no el
mérito en servir las demandas ajenas (el fundamento de la justicia en un orden
extenso) debe entonces regir a la sociedad como criterio de justicia según su
opinión.
Lo que no
entiende el niño rico de izquierda −que posiblemente posea buenas intenciones−
es que los peores totalitarismos que ha vivido la humanidad han sido consecuencia
precisamente de querer hacer de la sociedad moderna una “gran familia” y del
Estado un “buen padre”.
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