En la actualidad, las neurociencias –más allá de su tradicional foco en el individuo- incorporan a sus intereses el análisis del comportamiento social.
Para ello se valen de los avances que se producen en otra disciplina
cercana, y que también encuentra una de sus bases en la explicación
biológica de la conducta, la psicofarmacología. El propósito de estas investigaciones es, básicamente, desentrañar cuáles son los mecanismos neurobiológicos que favorecen la aparición de determinadas formas de comportamiento social. Y en este punto, el papel de la psicofarmacología es clave, ya que tales mecanismos –se postula en ocasiones- son de índole neuroquímica;
es decir, hacen referencia a la transmisión de señales y la
comunicación neuronal en el cerebro. Pero además, la administración de
sustancias –fármacos- en contextos experimentales permite una vía eficaz
para el contraste de hipótesis neurobiológicas sobre la conducta social.
Un ejemplo de este
tipo de estudios es el que ha llevado a cabo un equipo multidisciplinar
integrado por investigadores de las Universidades de Basilea (Suiza),
Cambridge (UK), Konstanz (Alemania) y el Instituto de Economía de
Thurgau (Suiza). Andreas Pedroni y sus colaboradores han tratado de
analizar cómo el comportamiento social egoísta puede verse afectado por la neuroquímica de nuestro cerebro, y en concreto, por la acción de la dopamina sobre los sistemas neuronales de recompensa y castigo. Tal y como señalan los autores del estudio,
Aunque el papel de la dopamina en la orientación de las interacciones sociales humanas es impreciso, los resultados (de investigaciones previas) sugieren que el sistema dopaminérgico podría sesgar la conducta social hacia un incremento de las recompensas personales monetarias en detrimento de las recompensas que obtienen otras personas. En cuanto a la evitación del castigo, la evidencia sobre el efecto de la farmacología dopaminérgica es menos claro”.
Es decir, que la dopamina parece estar implicada –fundamentalmente- en la búsqueda de recompensas individuales,
lo que nos haría menos favorables a la cooperación social y –en
términos más coloquiales- más “egoístas”. Pero, como también advierten
Pedroni et al. (2013), nuestro grado de ajuste a las normas sociales no sólo depende de la neurotransmisión de señales en el cerebro, sino que estaría modulado también por elementos contextuales, y en concreto por la presencia o la anticipación de que un castigo
podría penalizar los desvíos frente a la norma social. Ciertamente, no
parece una visión muy optimista del ser humano, pero la literatura
psicológica avala esta premisa: uno de los factores que nos lleva a
cooperar es la amenaza de que, si no lo hacemos, nos veremos expuestos a
alguna forma de penalización. En ausencia de un “correctivo” social
cuando se violan las normas del grupo, la tentación de buscar el interés
y la ganancia personal parece ser casi irresistible…
Para esclarecer la influencia de la dopamina en la conducta social, los investigadores idearon un juego experimental,
en el que se pedía a los participantes que dividieran una cantidad de
dinero entre ellos y otra persona. Como seguramente parecerá obvio al
lector, la “norma” social dicta –implícitamente- que el reparto ha de
ser justo y equilibrado, es decir, cercano al 50%. Pues bien, con este
punto de partida, los investigadores asignaron a los participantes (n=
197) a dos condiciones posibles. En una de ellas, los participantes
recibían una dosis de 300 mg de L-DOPA -el precursor bioquímico de la dopamina- (grupo experimental, n= 101). En la otra condición, los sujetos recibían un placebo y actuaban como grupo de control (n=96).
Una vez hecha esta
asignación de forma aleatoria, los participantes entraban en el juego de
repartir dinero, del que los investigadores habían ideado dos
versiones, o más técnicamente, dos nuevas condiciones. En una de ellas,
proponían un reparto del dinero sin la amenaza de una sanción ante un reparto injusto
(condición de recompensa); en la otra versión del juego, se informaba
al participante de que el receptor del dinero podía aceptar el reparto
que le proponía el participante o castigarle si percibía que era un reparto injusto
(condición de castigo). Todos los sujetos de los grupos experimental y
placebo llevaban a cabo cuatro ensayos del juego en sus dos modalidades.
Los resultados indicaron que la cantidad de dinero que el participante ofrecía al receptor era mayor cuando existía la amenaza de ser penalizado
por un reparto injusto (condición de castigo), en comparación con lo
que ocurría en ausencia de tal riesgo (condición de recompensa). Es
decir, salirse de la norma en beneficio personal resultaba, efectivamente, muy tentador
sin un mecanismo que implicase cierta coacción (figura adjunta, gráfica
“a”); lo que parece reafirmar de algún modo la visión algo pesimista
sobre el ser humano a la que antes aludía… Pero, ¿qué efecto añadía el haber recibido o no una dosis de L-DOPA? En la condición de recompensa –es decir, sin
la amenaza de un castigo- aquellos participantes que habían recibido el
fármaco dopaminérgico transferían significativamente menos dinero al
receptor, en comparación con los participantes a los que se les
administró un placebo. Es decir, se comportaban de forma más egoista. Sin embargo, en
la condición en la que existía la posibilidad de ser penalizado por
repartir el dinero injustamente, los que habían recibido L-DOPA o un
placebo se comportaban de forma similar (figura adjunta, gráfica “b”).
En resumen, el principal hallazgo que arroja el estudio de Pedroni et al. (2013) sería que…
la administración de L-DOPA disminuye las cantidades que uno está dispuesto a transferir a un receptor en situaciones en las que el comportamiento egoísta no puede ser castigado, pero no afecta de manera significativa a los repartos en situaciones en las que existe una amenaza de penalización para el egoísmo”.
Dicho de otra forma,
los resultados sugieren que una variable psicosocial –la presencia de
sanciones en el contexto social- vendría a limitar de algún modo el
efecto que la administración de L-DOPA –una variable neurobiológica-
tiene sobre la búsqueda de recompensas personales en una situación
interpersonal.
Los autores del estudio derivan, a partir de sus hallazgos, algunas implicaciones y preguntas interesantes. Por ejemplo, ¿pueden ser estos resultados un avance para entender mejor algunas conductas anti-sociales, o su forma extrema, la psicopatía?
En este sentido, los investigadores recuerdan que otros estudios
apuntan a un hallazgo convergente: la psicopatía puede tener como
sustrato una hiperreactividad neuroquímica y neurofisiológica del sistema de recompensa dopaminérgico. Pero también los hallazgos de Pedroni et al. (2013) nos llevan a cuestiones en otras áreas, como es la de la influencia de la administración de fármacos dopaminérgicos
en la conducta social de determinadas poblaciones clínicas, como en el
caso del Parkinson. Finalmente, los autores añaden una implicación más,
en este caso de índole psicosocial: la presencia de sanciones
potenciales en el contexto, orientadas a favorecer la cooperación,
puede ser una vía para disminuir la tendencia a perseguir el interés
propio, en particular en aquellos “dotados” con un sistema de recompensa
hipersensible. Pensemos en un caso habitual… ¿qué pasaría con algunos
“buscadores de sensaciones” en la carretera si no hubiera rádares, es
decir, la amenaza de sanción que les fuerza a cooperar con otros
conductores?
Puedes acceder al artículo de Pedroni et al. (2013) aquí. (sólo abstract en abierto)
Imagen: Dopamine, by intropin.
Referencia:
Pedroni
A, Eisenegger C, Hartmann MN, Fischbacher U, & Knoch D (2013).
Dopaminergic stimulation increases selfish behavior in the absence of
punishment threat. Psychopharmac
Nenhum comentário:
Postar um comentário